Colombia: giro histórico de 180º
10 julio, 2022
El 18 de junio pasado, Colombia vivió una jornada electoral cuyo resultado provoca un vuelco de 180º en un país donde la posibilidad de que un partido o candidato de izquierda asumiera el poder era prácticamente imposible. Ese día se celebró la segunda vuelta electoral en la que contendieron, de un lado, Gustavo Petro, abanderado de una coalición de izquierda, que había ganado en la primera vuelta, pero sin logar la mayoría absoluta que se requiere para convertirse en mandatario.
Del otro lado, Rodolfo Hernández, un político sui generis, ingeniero, empresario, presidente municipal de Bucaramanga en donde enfrentó señalamientos de corrupción. “El Trump tropical”, como lo llaman en su país, sorprendió a todos, especialmente al candidato del oficialismo que fracaso en su intento de seguir en la batalla, en gran medida, porque la ciudadanía emitió un voto de castigo contra Iván Duque, el delfín del expresidente Álvaro Uribe, quien vio decantada su influencia política en este proceso.
En la primera vuelta electoral, Rodolfo Hernández centró su campaña en las redes sociales; para la segunda vuelta, a pesar que renunció a los mítines y se negó a participar en algún debate (se refugió Miami aduciendo que su vida corría peligro) obtuvo el apoyo del 47% de los ciudadanos que acudieron a las urnas; solo tres puntos porcentuales menos que Petro, lo que evidencia la polarización y la evidente duda que generó en muchos colombianos el que un exguerrillero se convierta en presidente de la República.
El resultado es conocido. Ese día, Colombia entró en una nueva era política. Para sorpresa de mucho, menos de aquellos que de tiempo atrás presagiaban este resultado, Gustavo Petro obtuvo una victoria avalada por el voto de más de 11 millones de colombianos, la votación más alta obtenida por un candidato presidencial en la historia de esa nación. La contundente victoria de “Pacto Histórico”, alianza que apoyó la candidatura de Petro, confirma el deseo de los colombianos (bueno, al menos de una mayoría) de dejar atrás décadas de gobiernos conservadores.
Para la historia ha quedado la fotografía en donde Gustavo levanta la mano de Francia Márquez, su compañera de fórmula quien será la primera mujer afrocolombiana en ocupar la vicepresidencia de esa nación. Francia fue capaz de enfrentar sus precarias condiciones para convertirse en una persistente luchadora a favor de la equidad y en contra de la violencia de género.
En ese templete, Petro confesó eufórico que desde las siete de la noche sabía que la ventaja que tenía era irreversible. Poco después, su oponente y el presidente Iván Duque, reconocieron su victoria en un acto que genera esperanza de que la transición, si Petro cuida las formas y los tiempos, puede transitar por una vía pacífica que permita hacer realidad las propuestas de campaña que anuncian una gran transformación en su país que sufre una enorme desigualdad.
Entre sus propuestas está revertir la petrolización de la economía; apostar por las energías limpias; una reforma fiscal progresiva (“que paguen más los que más ganan”); una reforma agraria integral “que ponga punto final al modelo feudal que priva en Colombia”. Gustavo apuesta, también, por una reforma al sistema de pensiones hoy en manos del sector privado, y por el empoderamiento de las mujeres, sustentado en un papel más activo en los procesos económicos, políticos y sociales.
¿Cómo atemperar los ánimos y la predisposición de los “antipetrismo? Petro es ya un presidente electo; es un mandatario legítimo y legítimo, sin embargo, su principal tarea será desactivar el “antipetrismo” pero sin que ello conlleve defraudar o perder a sus bases, a las que en la segunda vuelta electoral le obsequiaron su voto y le manifestaron su confianza de que cumplirá con su propuesta transformador.
Tendrá que tejer muy fino para poder alcanzar el escenario de “unidad nacional” que propone. Este, dijo, “no es un cambio para vengarnos, ni para crear más odios”. Sus reuniones con eterno enemigo Álvaro Uribe, y con su oponente Rodolfo Hernández, van en ese sentido, han intranquilizado a sus aliados, pero Petro no se ha conmovido, convencido de que esos diálogos contribuirán a atemperar las preocupaciones de sus opuestos.
El nombramiento de José Antonio Ocampo como su titular de Hacienda, un economista que goza de reconocimiento interno y externo, ha generado confianza en los mercados y en el sector privado. Ambos coinciden en que es tiempo de una reforma fiscal de fondo que revierta las tendencias regresivas que actualmente existe en detrimento de los que menos ganan. Lo mismo piensan de la urgencia de “buscar alternativas a la economía extractivista vigente en el continente desde hace más de un siglo.
Se sabe que Ocampo desconfía de la capacidad del mercado para autorregularse, sin embargo, Petro ha dejado claro que “no habrá una sobre participación del Estado en la economía”. Esta declaración espantó los temores de los que creían que su triunfo conllevaría una estatización de la economía, fundados en el muy desgastado argumento, que conocemos bien en México, de que todo gobierno de izquierda impulsará un programa marxista, privilegiara las expropiaciones y la regulación del sector empresarial.
¿Tiene cabida en un gobierno de izquierda un conservador como Álvaro Leyva? Petro ha decidido designar ministro de Relaciones Exteriores a Álvaro Leyva, un hombre de derecha pero que ha tenido un muy destacado papel en los diálogos de paz que ha habido hasta ahora en el país. ¿Qué los une? Ambos consideran que las élites malinterpretan Colombia y creen que todo gira alrededor de una clase blanca que ha ignorado las regiones y la afrocolombianidad. Contrario a lo que se podría pensar, este discurso de Leyva no merma la gran aceptación de la que goza en la derecha colombiana. Por ello, será una pieza importante en el gabinete del próximo jefe del Ejecutivo. Su tarea principal: negociar con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) la última guerrilla activa en el país.
El mismo día en que Gustavo Petro ganó las elecciones, pidió a la Fiscalía “liberar a todos los jóvenes” arrestados durante las protestas y el estallido social del 2021. Coinciden los analistas políticos, los conocedores a fonde de la historia de esa gran nación que ese estallido social es la génesis del cambio que hoy vive Colombia. Petro fue actor principalísimo de ese evento.
Sin duda, como ocurrió en México en 2018, en Chile en marzo pasado, y en Honduras en abril, el triunfo de la izquierda es reflejó del hartazgo por las profundas desigualdades que imperan en estos países y, sobre todo (algo que se repite una y otra vez en muchas naciones), por el hastío hacia la élite dirigente tradicional.
En Colombia, este fastidio lleva años reflejándose en las calles mediante protestas como las ocurridas en 2019 y en 2021 que paralizaron ciudades enteras dejando docenas de muertos, la mayoría jóvenes víctimas de la represión policial ordena por el gobierno de Iván Duque.
Por cierto, es muy factible que en noviembre próximo también haya un giro hacia la izquierda en Brasil donde ya se considera favorito al expresidente Inacio Lula da Silva. La pobreza ha crecido de manera exponencial y los daños que ha permitido en la Amazonia el derechista Jair Bolsonaro, son piezas que explican esa posible victoria.
Gustavo Petro: “Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo”
¿Quién es el presidente electo de Colombia? Una extraordinaria entrevista realizada por Jan Martínez Ahrens y Juan Diego Quesada (“El País”, 27 junio 2022), nos permite entender muchas de sus ideas, de sus propuestas, sí, pero también de sus temores, de los retos que anticipan un escenario que no parece dócil ante su intención de cambiar todo, pero no para que las cosas queden iguales. Petro, a los 62 años, como les ocurrió a Inacio Lula da Silva y a Andrés Manuel López Obrador, sufrió derrotas antes de esta victoria que, por fin, le permitirá, el 7 de agosto próximo, convertirse en primer mandatario de la nación y huésped por cuatro años de la Casa de Nariño, la residencia oficial. Un período que parece corto si se revisa la larga lista de cosas por hacer, “de cosas por cambiar”, les confiesa a sus entrevistadores cuando le preguntan ¿por qué tardó tanto en llegar un presidente de izquierda a Colombia? “Hemos lanzado un desafío formidable. Era poco probable que yo pudiera llegar vivo al final del proceso electoral. Y ahora, si mi gobierno establece las condiciones de la transición, lo que sigue es una nueva era. Y si fracasamos, lo que viene, por la ley física, es la reacción. Y una reacción de Uribe [el expresidente con mayor peso político en el país]. Los ciclos vitales cambian. Hay círculos organizándose alrededor del fascismo. No los vamos a agredir, por ahora, nada de eso, sino que vamos a tener en cuenta esto que está pasando”. Esta declaración de Petro evidencia que está claro de los riesgos, pero también de las ventanas de oportunidad para quien, como él, renunció a llegar al poder por la vía armada, que optó por la institucionalización de la lucha armada y decidió llegar al poder con el concurso de los votos. ¿Se equivocó usted de joven? La respuesta fue contundente de quien entonces opto por las armas para llegar al poder: “¿Se equivocó Bolívar al levantarse en armas contra España y fundar una república? Nosotros nos levantamos en armas contra una tiranía y el producto de ello fue la Constitución de 1991 que hicimos nosotros y otros. Yo soy el gobierno de esa Constitución. Esa es la historia. Siempre se puede decir que esto pudo ser así o asá, pero la historia no es post, siempre es antes. Se toman decisiones y la historia avanza”, ¿Cuál será su postura ante las críticas abiertas del general en jefe del Ejército? El presidente electo reconoce que tiene en el Ejército un enemigo abierto, el general Eduardo Zapateiro. Petro es claro, no elude el tema. Considera que debe haber cambios en la cúpula militar, “hoy muy imbuida por la línea política del Ejecutivo que finaliza”. Está convencido de que las fuerzas armadas, las fuerzas públicas, “no pueden seguir recorriendo una ruta que los ha llevado a perpetrar actos dantescos contra los derechos humanos”. Propone llevar a la fuerza pública a un mayor fortalecimiento democrático. ¿Un acto de ingenuidad política? ¿Se ha olvidado lo ocurrido a Salvador Allende en septiembre de 1973? Petro reconoce que al interior del ejército hay corrientes de extrema derecha “que hay que eliminar”. Acepta que se oyen voces pregonando un golpe de Estado. “Estoy claro que dentro de las fuerzas armadas no hay facciones amigas a mi persona, pero sí hay facciones amigas de la Constitución y esos es lo que hay que fortalecer y desarrollar, un Ejército que obedezca nuestra Carta Magna, independientemente de que los gobiernos pasen.” ¿Y las oposiciones? En México sabemos cuál es la reacción de las derechas frente a los cambios que afecten sus intereses personales o de grupos. Sin duda, las élites blancas de Colombia, beneficiarias históricas del poder y la riqueza no están contentas con el triunfo de la izquierda. ¿Qué propone Gustavo Petro? “Un gran acuerdo nacional” que permita construir un clima político diferente. En un tono conciliador, Petro anticipa que el suyo no será un gobierno que persiga a la oposición. “Nosotros hemos sido víctimas de eso. El sistema de inteligencia no se va a dirigir hacia la oposición, sino hacia la corrupción”. ¿Cuál deberá ser el papel de la oposición en este nuevo escenario resultado del proceso electoral? “Ser una oposición como tiene derecho a serlo: controlando nuestro gobierno. Pesos y contrapesos, elemento fundamental en toda democracia.”Crece la pobreza y desigualdad en AL
¿Por qué están triunfando los candidatos de izquierda en nuestro continente? La respuesta no es sencilla, ni corta. Hay elementos multifactoriales, entre ellos, el desgaste de los partidos políticos tradicionales que han promovido la creación de movimientos orientados a atender las necesidades, las demandas de una sociedad que ha perdido la confianza, y la paciencia, debido a que las promesas de campaña se quedan en eso. Desde luego, también los gobiernos de izquierda caen en errores y omisiones que derivan en pérdida de confianza que lleva a su remoción del poder. La otra, se señaló anteriormente: la persistencia de una narrativa de las derechas de invocar al lobo, al comunismo, a Bolivia, a Cuba, a Venezuela, como prospectiva de la izquierda. Un discurso, además, vacío de propuestas, de oposición a todo y, en el peor de los extremos, llamando a una moratoria del voto legislativo. Sin dejar de lado lo anterior, que tiene gran peso, lo que hoy mueve la balanza hacia uno u otro lado, de la izquierda a la derecha o viceversa, es el agotamiento de los modelos económicos que privilegian la participación del sector empresarial a costa de la disminución del tamaño del Estado, como lo recomendaron los padres del modelo neoliberal (Milton y Ross Friedman). Los populismos de derecha o de izquierda que están llegando al poder son resultado de un discurso que alienta la esperanza de los más y que, en muchos casos, genera el temor de los menos preocupados por la pérdida de sus onerosas prerrogativas. El Consenso de Washington, motor del modelo neoliberal en nuestro continente, está agotado, mejor dicho, desgastado. Los resultados de este modelo han sido negativos para las grandes mayorías nacionales. La reducción del tamaño del Estado y la preeminencia del mercado conllevaron una inmoral acumulación del capital en muy pocas manos, acrecentando la pobreza y la marginación. En este escenario, la pandemia, el cierre de las economías y la inflación galopante que hoy padecemos, son el centro de atención de los Estados nacionales. El aumento en el costo de la vida es un fenómeno global, se señala en un artículo publicado por “El País” (3 julio de 2022) que reúne la información de varios de sus corresponsales sobre los efectos de esta escalada de precios en México, Estados Unidos, Ecuador, Chile, Perú, Argentina y Colombia. En la parte introductoria nos recuerdan que a los economistas les gusta calificar a la inflación como “el impuesto más injusto”. Un impuesto que no requiere la aprobación de ningún Congreso, como se establece en el artículo de referencia. Estamos viviendo, a nivel planetario, no es un tema exclusivo de México como pretenden manejar los opuestos al gobierno de AMLO. Estamos conviviendo con dos fenómenos globales: la pandemia y el alza de los precios. La génesis de esta situación fue la pandemia que obligó a un parón abrupto de la economía que generó, primero, una caída en la demanda de mercancías, y luego, al poner fin al confinamiento y darse apoyos económicos muy amplios, la demanda creció, pero sin encontrar en el mercado la oferta suficiente porque las cadenas de suministro se colapsaron. ¿No previeron los gobiernos este escenario? Ello y los expertos esperaban un incremento en los precios, sí, pero creyeron que sería un fenómeno de corta duración ya que su aumento no tenía orígenes estructurales sino coyunturales. La lectura no fue correcta. Los bancos centrales tuvieron que maniobrar, primero, con tenues aumentos de las tasas de interés, pero no tenían en la mira la invasión de Rusia a Ucrania. El 24 de febrero pasado es la fecha del despegue de esta crisis económica que pueden llevarnos a una fase recesiva mundial. Hoy, ante una escalada de precios cercana a los dos dígitos, el aumento de las tasas se ha generalizado generando un encarecimiento del dinero, desalentando la inversión y propiciando lo que ya parece irremediable: una recesión económica ¿Cómo observa Gustavo Petro este escenario? ¿Qué medidas tomará? Quien a partir del 7 de agosto próximo se convertirá en el presidente de Colombia, considera que el incremento de los precios, la caída tendencial de la tasa de ganancia de los empresarios, no pueden verse aislados de la grave situación que está viviendo el grueso de la población. “Estoy preocupado por el hambre que llega a niveles del 20 al 25 por ciento de la población. La pobreza ronda el 40% a pesar de la reactivación económica y el retroceso del virus. Además, se puede sentir que se acerca una depresión económica mundial”. La voz de un economista con muchos blasones alerta sobre vientos no favorables que obligan a tomar medidas urgentes, quizá dolorosas. En su ruta de navegación orientada al cambio del modelo económico que por décadas ha pervivido en esa nación sudamericana, hay dos estaciones que se antojan complejas pero necesarias: primero, una reforma fiscal cuyo objetivo es que paguen más los que más tienen; segundo, una reforma agraria que permita la modernización de la producción. ¿Qué va a hacer frente al gran capital? “Quiero pedirles que paguen sus impuestos”, responde puntualmente. Este recorrido tiene sembradas muchas minas en el camino. No es fácil convencer a la clase alta de que sus privilegios son cosa del pasado. Harán lo necesario para evitarlo. “El gran capital que afecte al medio ambiente, como la economía fósil o la extracción de hidrocarburos, no tiene futuro con nosotros. Lo tendrá si se asocia con el campesinado y paga impuestos. La otra estación se presenta mucho más turbulenta: una reforma agraria orientada a poner fin a un feudalismo que viene desde los tiempos de la colonia. Una tarea compleja, riesgosa, porque las derechas colombianas serán las principales víctimas de esta reforma que tiende establecer modelos de propiedad que no atomicen la tierra, pero que sí tengan un efecto favorable en la producción y, sobre todo, que atiendan las demandas de los hombres del campo que a lo más que pueden aspirar hoy es a ser jornaleros, trabajadores de campo, pero no dueños de la tierra que trabajan. Son tiempos de cambio para Colombia. Son tiempos de cambio para América Latina en estos momentos en los que la geopolítica mundial transita de una fase unipolar a un multipolarismo que urge a nuestras naciones centrarse en atender los reclamos de los “olvidados de la tierra”, al tiempo de fortalecer nuestra soberanía y hacer de la democracia una forma de vida que no sólo incluya lo electoral, además, lo social y lo económico.Por una nueva Constitución chilena.
Colombia, Latinoamérica en general, debemos estar atentos al trasiego que cumplirá la propuesta de nueva Constitución en la hermana República de Chile. El 4 de julio pasado, luego de casi un año de trabajo e intenso debate de la Convención Constitucional electa en mayo de 2021, que es hija del estallido social de octubre de 2019, que demandó una nueva Carta Magna que sustituya a la vigente cuyo origen es la dictadura pinochetista. En octubre de 2020, un 78% de los ciudadanos chilenos se manifestó a remplazar la Carta Magna. Un proceso inédito ya que la Convención trabajó bajo reglas de paridad, escaños reservados para pueblos indígenas y un incentivo para la elección de independientes fuera de los partidos políticos. Debido a lo anterior, la convención quedó conformada mayoritariamente por la izquierda y los colectivos de carácter identitario, como los ecologistas. La derecha apenas logró 37 escaños, lo que no garantiza que la nueva constitución tenga vía libre ya que en el Congreso chileno hay mayoría en ambas Cámaras de los partidos de derecha. La propuesta de nueva Constitución que recibió el flamante presidente izquierdista Gabriel Boric (integrada por 345 artículos) declara a Chile como “un Estado social y democrático de derecho, plurinacional, intercultural, regional y ecológico”. Asimismo, la nueva ley de leyes chilena define al país como “una República solidaria y caracteriza su democracia como “inclusiva y paritaria”. ¿Qué suerte tendrá esta propuesta? Chile vive polarizada desde 1973. Ni los 32 años de democracia que se han vivido desde la remoción del dictador Augusto Pinochet por un referéndum (5 de octubre de 1988) que puso punto final a su espurio mandato en 1990, cuando el dictador entregó el mando al nuevo presidente Patricio Aylwin, con quien inicia el nuevo período histórico conocido como “Transición a la Democracia”. Al recibir de manos de María Elena Quinteros y de Gaspar Domínguez, presidenta y vicepresidente de la Convención Constitucional la propuesta de nueva Carta Magna que será plebiscitada el próximo 4 de septiembre, Gabriel Boric señaló convencido que este proceso “marcará, sin duda, la historia de Chile de aquí al futuro”. Ojalá que así sea. Que quede para siempre borrada la estela nefanda del pinochetismo y que la polarización que priva en esa nación viva una tregua que permita florecer nuevamente “las grandes alamedas”, como predestinó Salvador Allende aquel fatídico 11 de septiembre de 1973, día en la que la democracia chile fuera masacrada por su propio ejército con el abierto contubernio del gobierno de los Estados Unidos.
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