Cuando el Enemigo está en casa


Claudia Sheinbaum propuso una ley contra el nepotismo. Un intento, al menos en el papel, de limpiar la imagen de un gobierno que dice ser distinto, de una cuarta transformación que prometió acabar con los vicios del viejo régimen. Pero, ¡sorpresa! Sus propios senadores decidieron que esa medida tan “urgente” bien puede esperar… hasta 2030.
Así es, no para mañana, para la próxima semana o el siguiente mes, para el próximo sexenio, ni para el siguiente, sino para cuando todos los que hoy acomodan a sus esposas, hermanos, hijos y compadres en puestos de poder ya hayan disfrutado de sus seis años dorados, ya en el ocaso de la era Sheinbaum en el 2030.
Esto no es tan solo una traición política: es un escupitajo en la cara de la presidenta. Un recordatorio de que, aunque ella tenga la banda presidencial, el verdadero poder sigue en manos de quienes manejan las estructuras de partido y los pactos entre cúpulas familiares además de “ya sabes quién”.
¿Se imaginan mandar una ley de López hasta 2030? Honestamente, con el servilismo de los legisladores de Morena y afines, no, nunca.
Si Sheinbaum creyó que en su partido le iban a aplaudir por intentar poner orden, fue poco más que ingenua. Morena, ese movimiento que se vendió como “diferente”, está plagado de apellidos que se heredan el poder como títulos nobiliarios.
Ahí están los Batres, controlando espacios estratégicos en todos lados, en la Corte, en el ISSSTE; la esposa de Ricardo Gallardo acomodada con la elegancia de una dinastía política en San Luis Potosí; Félix Salgado Macedonio y su hija Evelyn gobernando Guerrero como si fuera un rancho familiar y de los Alcalde y los Monreal, mejor ni hablamos.
La señal es clara: la ley contra el nepotismo no fue rechazada por la oposición, sino por los propios “compañeros de lucha”. Porque, al final del día, el verdadero enemigo de Sheinbaum no está en el PAN ni en el PRI. Su enemigo es su propio partido.
Cuando los senadores de Morena necesitan mostrar disciplina, lo hacen con una rapidez digna de admiración. Así pasó con la reforma eléctrica, con las iniciativas para militarizar la seguridad pública, con las propuestas que consolidan el control del oficialismo sobre los organismos autónomos. A las iniciativas de AMLO no le movían ni una coma, pero a la presidenta actual los senadores le enmiendan la plana sin el menor reparo.
Los legisladores de Morena apoyan hasta que encuentran el hueso. Y cuando el hueso está en juego, el discurso de la transformación se convierte en un murmullo incómodo. Por eso, la ley contra el nepotismo fue diferida hasta 2030: porque en este sexenio y el siguiente aún hay demasiadas plazas que repartir, demasiadas nóminas que llenar con apellidos conocidos, demasiados favores que pagar.
¿Es Claudia Sheinbaum la líder indiscutible de la 4T o una simple administradora de la estructura que le heredaron? La pregunta ofende.
Porque, si no puede ni siquiera disciplinar a su propio partido para aprobar una medida que beneficia su imagen, ¿qué podemos esperar cuando tenga que tomar decisiones impopulares dentro de Morena?
El mensaje que le acaban de enviar los senadores es devastador: la autoridad de Sheinbaum tiene límites, y esos límites los imponen los intereses personales de los legisladores que solo responden al poder que les garantiza su permanencia.
Pero también no olvidar que, detrás de esta maniobra política hay un actor que cada vez tiene más poder dentro del oficialismo: el Partido Verde. No es coincidencia que los senadores que votaron para postergar la reforma sean los mismos que han servido como bisagra entre Morena y las alianzas pragmáticas.
Manuel Velasco Coello, fue quien le puso alto a la reforma de la presidenta, pues su intención con esta modificación es que el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) pueda impulsar la candidatura de la senadora Ruth González Silva, esposa del gobernador de San Luis Potosí, Ricardo Gallardo, para las elecciones de 2027.
Desde hace tiempo, el Verde ha demostrado que su lealtad es con quien le garantice más espacios de poder, y ahora parece que es Sheinbaum quien está en deuda con ellos. Si Morena no pone un alto a esta dependencia, terminará siendo rehén de un partido que ha hecho del oportunismo su principal doctrina política.
Lo ocurrido con la ley contra el nepotismo no es un detalle menor. Es una prueba de que la “cuarta transformación” sigue siendo, en muchos aspectos, una copia del viejo régimen, pero con algunos nuevos rostros. La política de los compadrazgos, las dinastías familiares y el tráfico de influencias sigue vivita y coleando, con el respaldo de quienes prometieron erradicarla.
Si Sheinbaum realmente quiere demostrar que no es una figura decorativa, tiene que actuar. No puede permitir que los senadores de su propio partido la contradigan de manera tan descarada. O usa su poder para poner orden, o terminará siendo una presidenta atrapada en las redes de su propio movimiento.
Mientras tanto, los que esperaban un cambio real pueden ir guardando sus esperanzas en un cajón. Porque, si de algo ha servido este episodio, es para recordarnos que, en la política mexicana, la familia sigue siendo primero. La reforma contra el nepotismo es un cambio profundo y necesario, sin embargo, Morena, que prometió ser diferente, ha demostrado que son iguales o peores que sus antecesores.
Tiempo al tiempo.